Se dice que la música mueve nuestras vidas, nos acompaña en nuestra historia como si de una banda sonora se tratara. Es tan importante que incluso existe un Día Internacional de la Música, el 22 noviembre. La producción musical es de tal envergadura que tenemos eventos, sugerencias y variedades de todo tipo. Incluso afianzamos un estilo a través del tipo de música que escuchamos. Si alguien nos cuenta que es heavy, automáticamente definimos su imagen al mismo tiempo que sabemos qué tipo de canciones escucha. Pero analizando un poco más, nos damos cuenta de en qué tipo de emociones se mueve. La protesta, la lucha, la valentía, la rabia y la fuerza son características de este tipo de canciones. Entonces, si de manera inconsciente estamos hablando de emociones, ¿por qué no utilizarla como canalizador emocional?
Los grandes clásicos conocían bien que la música es un canalizador de las emociones porque ella es, en sí misma, emocional. Beethoven, Tchaikovski, Mozart… conocían de manera intuitiva cómo hacer que los acordes, los instrumentos, bailaran para crear y recrear sensaciones. El autor Grieg compuso una obra llamada “Amanecer” y si te paras a escucharla con detenimiento, dejándote fluir, la expresión es tal cual. El despertar de la vida cuando la luz del sol comienza a despuntar. Beethoven escribió la V Sinfonía y Claro de luna en la época de su vida en donde se estaba haciendo patente la sordera que le afectaría posteriormente. Estas dos obras, desde mi punto de vista, reflejan de forma clara las emociones que debía sentir al escribirlas. Y lo maravilloso es que no necesitaban letras como material de expresión, solo música. Abandonarte a la experiencia de sentir a través de ellas te lleva a un lugar de conexión y de sensaciones que nada tiene que ver con nuestra naturaleza intelectual.
Por ello, la música se convierte en un recurso para el ser humano que ya utilizamos de manera inconsciente. Las bandas sonoras de las películas saben mucho de esto. Una escena de miedo no sería lo mismo si la música no le acompañara. De la misma manera que una escena romántica suele ir acompañada de una melodía que fomente eso que llamamos el amor. Tal es así que, si preparamos una cena romántica para nuestra pareja, dedicamos un espacio de tiempo para que la música nos ayude a generar el ambiente que fomente el encuentro.
La música siempre ha estado al servicio del ser humano. Tal vez de manera consciente no seamos capaces de ponemos a gritar lo que llevamos dentro, pero sí somos capaces de cantar como si fuéramos grandes cantantes. O tal vez bailar como si no hubiera un mañana al intentar dejar fluir la energía que llevamos dentro. El rock impregna de rebeldía a quien canta, afianza su posición, energetiza y da una sensación de poder. Una música suave relaja nuestro cuerpo, nos anima a nuestra propia conexión, a soltar o a dormir.
Sea como sea, la música se convierte en nuestra elección en el camino de expresar y precisamente por ello, desde esta función de canalizador emocional, animamos a echarle conciencia y que pueda transformarse en un recurso que nos ayude en nuestra vida.
¿Nunca te ha pasado que tengas en la cabeza una canción que se repite de manera recurrente en determinado momento de tu vida? No se trata de una canción pegadiza, a lo mejor tan sólo es un trozo de la canción cuya letra tiene que ver contigo. Si esa melodía está ahí pegada a tu cuerpo puede ser interesante prestarle atención para descubrir qué me está queriendo decir. ¿De qué me habla la canción para que la está utilizando mi cuerpo? Si no se marcha es porque tiene una función… detecta cuál es.
A veces de manera intencionada nos ponemos canciones tristes que induzcan el llanto. Si estoy pasando por una ruptura amorosa, puedo elegir melodías melancólicas con letras catastróficas que hablen de lo difícil que es decir adiós. Nuestro cuerpo se conecta con la sensación para abandonarnos a las lágrimas con el único objetivo de vaciar y eso es bueno, pero mejor sería aún si le añadimos conciencia de nuestro ser en la búsqueda de un acompañamiento de nosotr@s mism@s. El planteamiento es involucrar a nuestra parte adolescente (que llora desconsolada porque la persona a la que quiero ya no está) y la parte adulta, como ese padre/madre que recoge al adolescente y le ayuda a atravesar el dolor. Siente el cariño, compasión y respeto que te daría sólo que con la conciencia de que todo está en ti.
Lo mismo sucede con el enfado. Elegimos canciones alegres que nos ayudan a hacer las tareas domésticas, pero también las canciones duras, rítmicas o cañeras nos facilitan la conexión con el enfado. Permítete expresar a través del cuerpo ese enfado bailando como si te fuera la vida en ello con el único objetivo de expresar lo que no has podido. Eso sí, sin perder la conciencia, puesto que, cuando nos metemos tanto en la expresión, corremos el riesgo de perder el suelo bajo nuestros pies, perdernos en una burbuja irreal de enfado o acritud. No consiste en ser el volcán que destroza sin contemplaciones, sino de dejar salir sin hacernos daño. ¿Nunca te ha pasado que te pones a bailar dejándote llevar a tal punto que de repente tiras algún objeto o te das un golpe? Esta es la idea, cuando perdemos la realidad, perdemos el centro y entonces deja de ser bueno para nosotr@s.
Y no hay que perder de vista que la música puede ser simplemente un desbloqueante corporal. Deja que tu mente descanse y huye de las letras. La melodía es suficiente para que te dejes fluir entre compases con la única instrucción de hacer lo que el cuerpo te pida. Desperezarse, andar, estirarse, bostezar, saltar, correr… flexibilizar cada parte de tu cuerpo como sientas que necesita al son de una música que te ayude a realizar esta conexión. Te animo a que lo pruebes haciendo un pequeño escáner corporal antes y después para que observes cómo han variado las sensaciones.
Desde mi punto de vista, la música es un elemento maravilloso que nos puede servir a nivel personal para nuestra gestión emocional como si nosotr@s mism@s fuéramos nuestros propios terapeutas. Utiliza la música como una guía que te ayude a conocerte y a gestionarte. Si no sabes cómo hacerlo y te gustaría aprender a que se convierta en un recurso para ti, no lo dudes y ponte en contacto con nosotras, que te ayudaremos a conseguirlo.
Inma García Beviá
Colegiada CV 06074