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La culpa puede vivirse como una gran carga muy difícil de sostener, ¿pero se puede aliviar la culpa? Sí, se puede. ¿A qué parece increíble?

Si sigues leyendo es porque sabes de lo que hablo y probablemente conoces lo que implica vivir con ella, o tal vez alguien a quien quieres le ves sufrir por esto. Bien, pues vamos a entenderla para cambiar nuestra perspectiva.

La culpa es una emoción pesada y oscura que se vive en silencio. No queremos que nadie se entere del motivo por el cual nos sentimos culpables. Consideramos que es una mancha fea, e incluso imperdonable que nos hace indignos, o tal vez detestables, asquerosos, inhumanos… Toda una suerte de adjetivos que nunca tratan de ser positivos para quien se los pone. Las acciones que hemos realizado no son dignas pero las temáticas por las que podemos sentir culpa son variadas.

¿Por qué sentimos culpa?

  • Al fallar a alguien que ha depositado su confianza en nosotr@s.
  • Tener conductas de riesgo que puede ir desde consumir sustancias, porno, hasta sexo sin protección o comer en exceso.
  • Conductas agresivas y/o violentas.
  • Hacer daño a alguien a quien quieres con más o menos conciencia de ello.
  • Fallar en el cuidado y/o responsabilidad de otra persona, animal o cosa…

En resumen, sentimos culpa cuando realizamos conductas que no son adecuadas según las normas sociales, legales o morales que imperan en nuestra sociedad, porque esto es lo que de manera ancestral en nuestro cerebro nos mantenía unidos a nuestra manada y aseguraba nuestra supervivencia en el grupo de referencia. Al fallar a nuestro grupo de referencia somos merecedores de un castigo. O peor, ni siquiera tenemos perdón y podemos ser “expulsados de la manada”

Además, en nuestra educación cristiana nos han hablado durante siglos de esto. Por ejemplo, en la confesión expones al religioso todos los motivos por los que eres culpable con el objetivo de que pueda aliviar esta carga de la culpa a través de un arrepentimiento real (no lo volveré a hacer) y un “castigo” que va desde rezar hasta realizar alguna acción concreta que resarza la falta que hemos cometido. Cuando el religioso, desde la compasión, entiende nuestros pecados, los acoge y da una solución para el perdón, la persona se siente aliviada. Este es el objetivo de la confesión. No sólo ha podido ventilar su culpa sino que además tiene redención. Otorga la capacidad de hacer algo para perdonarme y, por tanto, abandonar la culpa.

Visto desde esta perspectiva se entiende que, durante muchos años, los sacerdotes han funcionado como “psicólogos” acogiendo las imperfecciones de las personas que acuden para facilitarles un camino hacia su mejoría psicológica a través del alivio emocional. O los psicólogos somos los sacerdotes modernos, como nos han comentado alguna vez.

¿Qué camino podemos seguir para ayudarnos a aliviar la culpa?

  • 1º Entender el motivo por el que me llamo culpable

¿Qué ha pasado para ser culpable? Intentemos hacer una descripción detallada de las acciones y variables relacionadas con el hecho.

Con ello pretendemos analizar esas variables que han influido para llegar a realizar esa acción “indebida” teniendo en cuenta los siguientes aspectos:

  • Tener en cuenta el tiempo que nos hemos dado para valorar la respuesta que debemos hacer es importante. Si hay urgencia, tendemos a la impulsividad, por lo que no hemos tenido tiempo de medir las consecuencias.
  • Cuando realizamos esa acción, aunque sea de manera inconsciente, pensamos que es la mejor opción en ese momento. Sí, la mejor opción. A veces, porque en aquel momento no teníamos la información que tenemos ahora. Otras, puede que haya una necesidad interna que nos lleva a desear hacer algo. (Por ejemplo, si me siento mal, busco atracarme de comida o beber para acallar la emoción, o buscar sexo porque necesito afecto, sin valorar con quién estoy o medir lo que quiero y lo que no)
  • Por último, valorar si estamos preparados para tener en cuenta las consecuencias de nuestra acción. A veces no medimos la repercusión de nuestra acción porque no nos hemos conectado con lo de fuera. Por ejemplo, si yo cuido de un gatito y no cierro la ventana, no estoy valorando la posibilidad de que el gato pueda escaparse porque en mi repertorio de consecuencias no está que algo malo pueda suceder.

  • 2º Asumir responsabilidad no es lo mismo que asumir culpa

Este es un factor muy importante. No es lo mismo asumir la responsabilidad de lo que he hecho que asumir culpa. Analicemos la diferencia:

La culpa lleva inherente un castigo como redención. Si no hay un castigo fuera (perder una relación con alguien, aceptar que la otra persona me trate mal, pagar económicamente la falta…), me lo pondré yo mism@ a través de mi pensamiento y emoción, descalificándome y tratándome mal para asegurarme que el castigo es merecido. En general suelen ir las dos unidas.

Si mi acción no ha sido adecuada, hay consecuencias. Aquí es donde entra la responsabilidad: Acepto las consecuencias, las entiendo y acojo para aprender. Las consecuencias de una falta no van a ser buenas, por lo que ya tienen inherentes la penitencia. El dolor de fallar, por lo que añadir autocastigo es aumentar el dolor sin necesidad. Por ello, la aceptación forma parte de nuestro propio perdón para poder preguntarnos, ¿qué debo aprender de esto?

  • Tal vez debo conectarme más con “el otro” para entender sus necesidades.
  • Conocer cómo funciona la impulsividad en mí. De esta manera, puedo aprender a añadir tiempo que permita a mi cerebro racional observar lo que sucede y valorar las consecuencias.
  • Aprender a ser más consciente de mis necesidades físicas o emocionales, para manejarlas en el momento o planificar como gestionarlas en cuanto sea posible. Por ejemplo, si me estoy sintiendo sol@ y deseo beber alcohol para olvidar lo que siento, no vamos a quedarnos con la acción, sino con la emoción que nos conduce al alcohol. Ayudarnos en la emoción, dejará al alcohol sin utilidad.

En conclusión, trabajar con nuestra culpa está relacionado con trabajar nuestra propia persona y utilizar nuestras experiencias, aun que sean desagradables, para ayudarnos a mejorar.

Como ves, hay caminos para aliviar la culpa. Te animamos a que, si sientes que no sabes salir de ella, no dudes en ponerte en contacto con nosotras. Con gusto, te acompañaremos a entenderte y poder perdonarte.

Inma García Beviá

CV06074

Avenida Pintor Baeza 7, local izquierda (al entrar en la plaza)

Teléfono: 634 565 947

info@lucentumpsicologia.com

 

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