¿Nunca has sentido que pensabas demasiado? Que deseabas soltar pensamientos pero era imposible.
Tal vez los pensamientos vuelan rápido de un lado a otro sin permanecer en un lugar de estabilidad, o puede que me quede enganchad@ en ese pensamiento relacionado con el pasado o con el futuro sin poder salir de ahí. Percibiendo el malestar, el sufrimiento, deseando detener el pensamiento para engancharme de nuevo cinco segundos después. Veo el daño que me hace pero me siento incapaz de encontrar el interruptor de apagado. No sé salir de ahí.
Parece que no nos podemos defender de los pensamientos. Son veloces, imprevisibles, cautivadores o fortuitos. A veces ansiosos o dolorosos, a veces impactantes, a veces sutiles y otras malvados. No tenemos ningún control sobre ellos. Ay, lo que me hace sufrir esta sensación. No somos más que los pensamientos que tengo y así lo expresamos: “Es que soy muy reflexiv@”, “Soy mi peor enemigo porque no puedo parar de pensar”. Sin embargo, los pensamientos no nos definen. Lo que nos define aparece justo cuando se callan los pensamientos.
La mente sensitiva, la sintiente, la intuitiva sólo aparece cuando los pensamientos bajan la voz. Esto es fantástico porque nos da la oportunidad de encontrar herramientas que nos facilite modular la intensidad de nuestros pensamientos y por ende, las emociones que producen.
Cuando nos observamos enganchados a nuestros pensamientos, sintiendo la angustia, la ansiedad y sin poder salir, debemos poner en marcha a esa mente sensitiva y corporal a través de la escucha de nuestro cuerpo o del mindfulness, aceptando sin juzgar.
Enumero una pequeña guía que puede ayudarte a soltar el exceso de pensamientos:
Primero: dejar fluir el pensamiento sin engancharse, como una nube que se va arrastrada por el aire. Mira el pensamiento, acéptalo, colócalo en la nube y déjalo ir. Lo veo marcharse.
Segundo: observo mi cuerpo. ¿Hay molestias? ¿Dolor? ¿Tensión? ¿Calor o sensación de vacío? Perfecto, esto es lo que hay y simplemente lo respiro sin juzgar. Solo acepto que eso está ahí.
Tercero: Me concentro en la respiración. Me abandono al simple hecho de que me siento viv@ y acepto que lo que me ocurre no es ni bueno ni malo, simplemente es lo que me ocurre en este momento.
Cuarto: El movimiento del cuerpo es un buen recurso. Ponte a la pata coja e intenta aguantar el equilibrio el mayor tiempo posible. Desperézate como si todo tu cuerpo estuviera anquilosado. Estira, bosteza, salta, canta tu nombre en distintos tonos… tu cuerpo al servicio de tu sentir, no de tu pensamiento.
Quinto: Si no hay ninguna manera de que los pensamientos te den una tregua, cambia de actividad y/o escenario. Busca alguna actividad que sea incompatible con el pensamiento. Música, bailar, correr, hablar con alguien de cosas triviales, jugar con niños, hacer una manualidad (montar una mueble también sirve), disfrázate….
Seguramente estarás pensando que estoy loca y sí, tal vez un poco. Pero te explico el motivo de este disparate para que veas que tiene sentido. Cuando te dejas fluir, cuando le das validez a lo que sientes, al movimiento natural, el deseo de sentirse viv@ aparece y junto con él se pone de manifiesto la base. La que nos dice que el ser humano está orientado hacia el placer. Esto está insertado en nuestra programación básica cuando vinimos al mundo. Lo placentero siempre va a ser la mejor opción. Así que si apretamos el freno del motor racional que tanto ruido hace, el cerebro intuitivo y placentero busca la manera de llevarnos hacia allí, puesto que nuestro cuerpo es tan sabio que si le das oportunidad, recordará el camino y te llevará sin dudarlo.
Modular nuestros pensamientos facilita nuestro bienestar, por lo que si te has sentido identificad@ y crees que te podríamos ayudar, ponte en contacto con nosotr@s. Te acompañaremos para que lo puedas hacer.
Inmaculada García Beviá
Psicóloga General Sanitaria
Colegiada CV 06074